Rock for food

La primera noche que llegamos a Sant Feliu de Guíxols para grabar el mejor disco de Lastrick (ellos a los instrumentos, yo con la cámara para registrarlo en una especie de documental) el batería del grupo, Sergio -con algunas cervezas de más-, se puso a cantar el estribillo de ‘El productor’, mítico tema de Martirio, cuando nos encontramos a Xavi Navarro. Xavi sería el responsable de la grabación durante los próximos cuatro días en los estudios Ultramarinos Costa Brava, gestionado junto a un joven productor muy respetado y del que teníamos buenas referencias: Santi García.

Xavi había venido a darnos la bienvenida y a guiarnos en su scooter al piso donde nos alojaríamos durante la grabación. Era mediados de enero de 2005 y Sant Feliu de Guíxols, rebosante de turistas durante el verano, era entonces una ciudad fría, húmeda y sin apenas gente por la calle. Desconocíamos que aquel Xavi amable y correcto con esos madrileños que daban la nota nada más llegar, era el bajista de una banda local que estaba petándolo con sus tres primeros discos publicados en el sello BCore, The Unfinished Sympathy (sí, como la canción de Massive Attack, aunque nada que ver con el estilo de los de Bristol).

Durante los últimos días de la grabación, el móvil de Xavi no paraba de sonar (con la música del tema “This living kills”) por llamadas de amigos que le pedían entradas para el concierto de presentación que iban a dar en la sala Bikini. Aunque no había oído nada de ellos, conocía vagamente a la banda por los catálogos que recibía de BCore, o de alguna reseña en el MondoSonoro. Por eso una de las primeras cosas que hice al volver a Madrid fue escucharme el último disco, Rock for food, para saber de primera mano de qué iba el asunto. El flechazo fue total. Desde el punteo inicial del primer tema, “Rainfrogs” el disco me cautivó. Visualizaba cómo habría sido grabado, en aquel sótano, con Xavi fumando pitillo tras otro, puliendo junto a García cada pista en su ProTools y jugando con los plugins mientras daba instrucciones y consejos al otro lado de la mampara o a su lado, conectando directamente los instrumentos por línea al ordenador. El sonido era sólido y cristalino, sin una sola fisura que pudiera desequilibrar la mezcla final. La voz de Èric Fuentes se agigantaba con sus propios coros como un boxeador que marca el ritmo de intensidad de sus golpes. La precisión del bajo de Xavi y la batería de Pablo Salas era matemática y contundente. Los riffs de las guitarras del propio Fuentes y Oriol Casanovas jugaban entre ellos a mimetizarse en la melodía más pop a través de la fuerza rockera. Camaleones de unas estructuras en las canciones que narraban historias de un ancho mundo complejo en los ojos de un individuo ante su propio reflejo en el espejo. Mi espejo.

Cada tema me sugería un lugar, como la hoja de contactos de una cámara de fotos, durante este viaje a Sant Feliu de Guíxols. Por ejemplo, la última canción, “Windmills not giants” me recordaba a los paisajes de Aragón y Castilla la Mancha, atravesando el meridiano de Greenwich a través de carreteras con heladas, mientras le daba conversación a Sergio en su coche. “Elevenem” la asocié, junto al crudo mensaje de su letra, al silencio durante la noche que me tocó trabajar en Workcenter tras los atentados a los que hacen mención. Madrid, una ciudad paralizada. Muda. Dolida. El tema homónimo del disco es, también, una declaración de principios de un estilo de vida y la sentía muy malasañera, quizás por las noches y los bares en los que paraba entonces, antes de que el barrio se convirtiera en una sucursal hípster e instagrameable de Airbnb.  

Fue un buen año, no solo a nivel personal, sino también en lo musical, ya que coincidió con el descubrimiento de buenas bandas que estaban despuntando como Editors, Hard-Fi, Block Party, Kaiser chiefs, Kasabian y la confirmación de otras de las que ya era un fan absoluto como Franz Ferdinand o The Strokes. Si The Unfinished Sympathy hubieran nacido en un país anglosajón, habrían estado a la altura de las más importantes referencias del panorama indie del momento. Quizás por eso el periodista y DJ británico de la BBC John Peel debió pensar lo mismo cuando les llamó años atrás para grabar una de sus recordadas Peel Sessions (leí hace poco que los catalanes están preparando un documental sobre aquella experiencia). El rock estaba más vivo que nunca y cualquier cartel de festival que veías era un cúmulo de calidad imposible de abarcar económica y logísticamente.

Sigo pensando que Rock for food es un disco repleto de “dieces”. “Safe and sound” y “You got a long run” me siguen motivando cuando las escucho (y canturreo) en el coche, “No father should bury his son” sigue provocando melancolía y rabia a partes iguales. Lástima que “The loveless curse”, a pesar incluso de tararearla en los conciertos, me sigue pareciendo que flojea un poco ante las otras. Cuestión de gustos. En cambio, se quedó fuera del disco otro tema sobresaliente, “Peñaflor”, que incluso llegué a usar una buena temporada como banda sonora de un reel de mis trabajos audiovisuales que subí a Youtube.

Los Lastrick sacaron Smells like victory y, aunque a día de hoy es imposible encontrarlo en plataformas digitales, me sigue pareciendo un disco brutal, olvidado bajo las cenizas del underground, pero vivo en la memoria de quienes lo escuchamos y vimos defender en varios directos. Sobre todo después de conocer de primera mano el proceso de creación, en cada sesión en el estudio, y en la convivencia con el grupo en la casa de Sant Feliu de Guíxols y deambulando por sus calles. The Unfinished Sympathy sacaron dos años más tarde otro disco extraordinario, We push you pull, esta vez con el sello Subterfuge (y sin Xavi Navarro al bajo), donde dieron un paso más experimentando con algo de electrónica y otros ritmos no tan duros como en los anteriores trabajos. Sin duda daría para otro post. Con este disco llegaría su consagración en el (siempre discutido) mainstream del indie nacional, dándoles a conocer a más gente y abriéndoles las puertas de salas de conciertos más grandes. Tras Avida Dollars (2009) la banda se desarmó hasta que volvieron en 2017 con It’s a crush. Con mi colega Jose, bajista de Lastrick y ahora en Los Inductores, fuimos a verles tocar en la sala Sol y recordamos aquel viaje y grabación, doce años atrás, antes de redes sociales y cultivos diversos de egos digitales. En aquel anonimato, en nuestro particular viaje interior, asistimos también al descubrimiento de un disco importante y fundamental que, ante el escenario de los sótanos de la calle Jardines 3, pudimos revivir con algunos de aquellos temas.

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