La canción de los niños desaparecidos

Mal rollo. A los 15 años sentía eso cuando veía el vídeo de Soul Asylum “Runaway train”, canción lanzada a mediados de 1993 y con la que tocaron techo a nivel comercial. En una de las numerosas ondas expansivas que trajo el grunge a principios de los 90, gracias a los éxitos de Nirvana, Pearl Jam y Soundgarden, entre otros, se subieron los de Minnesota (como hicieron Live, y Spin Doctors y tantos otros) con su álbum Grave Dancers Union, después de varios discos a sus espaldas y discretos reconocimientos de prensa y público, lejos del mainstream. El video musical de este tema se emitió casi sin parar durante ese año, y en él se intercalaban escenas de la banda y de su guitarrista y cantante, Dave Pirner, junto a recreaciones dramáticas de situaciones de desamparo, como la de un niño huyendo de casa ante la pelea de sus abuelos o adolescentes prostituidas y apaleadas en una furgoneta, junto con fotografías de chicos desaparecidos en los EE.UU. con un letrero en mayúsculas (MISSING SINCE…) y una fecha.

Claro, veías eso en la MTV o en Del 40 al 1 (en aquel año era toda la oferta musical que había en la tele, junto al exquisito Área Reservada de Antonio Fernández y Planeta Rock, de Tomás Fernando Flores), entre videos de Whigfield y Guns and Roses, y como poco, te dejaba descolocado. Una bonita y pegadiza melodía en un video serio de cojones sobre chicos de tu edad que podrían estar en Quién sabe dónde, programa de telerrealidad sobre personas desaparecidas (cuántas pesadillas habrá generado aquella sintonía) que tenía mucho éxito en esos años.

Lo curioso es que la canción nunca habla de niños desaparecidos, secuestrados o prostituidos que huyen de sus casas. “Runaway train” tal y como afirma su autor, Dave Pirner, en realidad habla, de forma metafórica, de la depresión, de la angustia dentro de ella y de la sensación de ahogo y descontrol que provoca. La depresión como un tren fuera de control sin vuelta atrás.

“It seems no one can help me now
I’m in too deep
There’s no way out
This time I have really led myself astray
Runway train never going back…”

El tema fue un momento de desconexión para una banda que en sus discos mostraba mucha energía en directo y en sus discos. Pirner siempre comenta que, en un momento dado, entre giras interminables y conciertos, en esa vida de carretera de un grupo de relativo éxito, tuvo una crisis nerviosa que le hizo apartarse del ruido que le acompañaba aquellos días. En esa intimidad, con una guitarra acústica, empezó a gestar “Runaway train” sin darle demasiada relevancia a lo que posteriormente significaría. De hecho fue el tercer single que sacaron del Grave Dancers Union. La canción acabó sepultando todo lo que habían hecho antes y marcaría para siempre sus trabajos posteriores.    

El término “runaway”, separado del “train”, suele usarse para definir a aquellos menores que abandonan el hogar sin el permiso de sus padres o porque directamente les han echado de casa.  Por eso toda la leyenda alrededor de esta canción, de esa correlación entre el tren sin control (o que escapa) y el mensaje del video fue plasmada con acierto por el director del mismo, Tony Kaye (el de American History X). Durante los años 80 y bien entrados los 90, en los Estados Unidos se empezaron a usar anuncios en los cartones de leche para mostrar niños desaparecidos, gracias a una campaña del National Child Safety Council para dar visibilidad este drama y poder ayudar a las familias y a las autoridades a encontrar a estos chicos.

El director afirma que se le ocurrió el video después de ver uno de estos anuncios en un cartón de leche en el que aparecía la cara de un niño desaparecido. Esta interpretación paralela de la canción, con el tiempo acabaría fagocitando el significado original de la misma. El resultado sobrepasó las expectativas tanto del director como de la banda. “Runaway train” fue un fenómeno social que, como se vio, tuvo sus resultados: De los 36 niños y adolescentes que salen en el video, 21 de ellos fueron encontrados en los años posteriores.

La idea de escapar de una situación insostenible, de huir de un hogar desestructurado, desgraciadamente está presente en muchos adolescentes. El camino sin vuelta se contempla como una puerta por la que salir, al igual que en la letra de la canción, buscando un lugar donde atemperar el caos y encontrar respuestas. A veces simplemente por mera curiosidad. Quién no ha fantaseado a esas edades con vivir más allá de los límites del área de la cotidianidad, buscando simplemente algo diferente. Transgredir por el mero placer de hacerlo. Ponerse a prueba. Soltarse de la mano. Retar, en la absoluta falta de responsabilidad, el orden impuesto por los miedos y la necesidad de no generar molestias para poder avanzar en la cadena de montaje. Alguno cogió una moto y se llevó 10.000 pesetas de la cartera de su padre. Otros optaron por juntarse con malas compañías y rendirse a juegos peligrosos al filo de la hipodérmica. 

En mi caso (y ahí reconozco que fue a partir de un reportaje en la tele sobre graffitisCrónicas urbanas: Mi firma en las paredes”) imaginaba que escapaba de casa de madrugada, en esa madrugada del centro de Madrid de los años 80, dominada por lobos, monos y ratas de la calle pero en la que no me sentía inseguro. Y en donde todo el decorado de Madrid estaba a mi entera disposición, como el de un niño encerrado en una pastelería. Todas las paredes del mundo para bombardearlas, edificios donde colarme, cuestas, avenidas y calles vacías para patinar, el anonimato de la noche, la ciudad a mis pies. Entonces me llamaba más “Pequeño criminal”, de K 1000, o el “Runaway boys” de los Stray Cats.

“I’ve heard of places open all night and all day
There’s a place you can go where the cops don’t know
You can act real wild, they don’t treat you like a child…”

Pienso en esos chavales fugitivos a la fuerza, como el adolescente protagonista de la novela Canadá, de Richard Ford. Después de que detuvieran y encarcelaran a sus padres por atracar bancos, se vieron él y su hermana solos en una casa que ya no podrían volver a llamar hogar. Su hermana se marchó por su cuenta y a él le recogió una amiga de su madre, Mildred. Desconocida. Intrigante. Con una misión: salvarle a toda costa. Dar al quinceañero Dell Parsons una nueva oportunidad. Antes de cruzar la frontera y entrega a Dell a unos familiares que vivían en una pequeña aldea de Canadá, se despidió de él en el coche.

«Mildred se sentó más derecha en el asiento y asió el volante con los puños cerrados.

—No gastes el tiempo en pensar cosas pasadas y deprimentes —Llevaba un cigarrillo en una de las comisuras de la boca, y hablaba por la otra—. Tu vida va a ser variada y emocionante antes de que te mueras. Así que procura centrarte en el presente. No te niegues a las cosas, y asegúrate de tener siempre algo que no te importe perder. Eso es importante.

El consejo no era muy diferente de lo que nuestro padre nos había dicho a Berner y a mí el día que en que no fuimos a la feria estatal. Yo comprendía que era eso lo que los adultos pensaban, aunque era lo opuesto a como veía las cosas nuestra madre. Ella siempre había descartado un montón de cosas, y entendido el mundo sólo según su visión de él.

(…)

—Has pasado buenos momentos —me susurró—. Porque ellos hayan arruinado su vida tú no tienes que arruinar la tuya. Eso será un comienzo para ti. Tu hermana Berner ha hecho ya el suyo.

—Yo no quería ningún comienzo —dije; de pronto se me había vuelto a hacer un nudo en la garganta, furioso por lo que acababa de decirme.

—No siempre podemos elegir nuestros comienzos —dijo Mildred. Alargó la mano por encima de mí y levantó la manilla de mi lado, empujó la portezuela hasta abrirla y me empujó hacia fuera—. Ahora vete. Estamos aplazando lo inevitable. Es una aventura. No tengas miedo. Estarás bien. Ya te lo he dicho.»

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