Tómatelo como viene

“Sustine et abstine” (soporta y renuncia) es una de las máximas de los estoicos. Esta frase, atribuida a Epícteto, resume a muy grandes rasgos la filosofía de estos griegos que, en el siglo III antes de Cristo, aplicaron una visión racional de la existencia basada en la aceptación de los hechos, alejada de cualquier idealismo, mediante el autocontrol del pensamiento y las emociones ante las adversidades. Enseñaban que la virtud era el único bien y que había que aspirar a la felicidad a través de ella y no de lo material, tomando las cosas tal y como vienen, sin juzgarlas y sin caer presa de los deseos o los pensamientos perturbadores. No “vagabundear por los pensamientos”, como diría otro estoico romano, el general Marco Aurelio.

Me acordé de estos filósofos al contemplar varios libros editados sobre estoicismo en la librería de un centro comercial, entre los que había manuales de cómo ser un perfecto estoico hasta aplicaciones del estoicismo en la gestión de los negocios o incluso para aplicarlo en el arte. Las ideas clásicas vienen y van como anticiclones que tratan de barrer situaciones de angustia o desconcierto y otorgarnos un ancla con la que permanecer conectados a tierra y no perdernos en miedos, angustias y maniobras varias en la oscuridad del alma. Una guía de vida, vamos. Hay gente que se lo tatúa en un brazo, se compra una medalla de Amor fati o practican la meditación 15 minutos antes de jugarse millones en la Bolsa. Estoicismo como manual de autoayuda del postmodernismo.

El problema surge cuando la sociedad adopta una filosofía como un recurso eficaz, único y maravilloso para obtener algo a cambio y se pierde el sentido original de la misma. Sobre todo en esta época de sobrexposición en redes, culto desmesurado al ego y necesidad de autosatisfacción y recompensa. Dejar la impronta de una «lección de vida» en un reel como si fueran las tablas de Moisés. Por eso la música siempre va con mucha más distancia por delante de nosotros. A través del baile y la canción, es más fácil sembrar el contenido del mensaje. Un ejemplo perfecto sería “A cara o cruz”, de Radio Futura. En la primera escucha es un maravilloso tema con una estructura de canción pop, un estribillo pegadizo cantado por Santiago Auserón, con aires latinos en la percusión y ramalazos de rock con las guitarras de Enrique Sierra. Pero analizando la letra, es un mensaje claramente didáctico de cómo habría que tomarse la vida con actitud positiva, de la inutilidad de marear las preocupaciones (ese mantra sin fin autodestructivo), y de cómo restar de dramatismo a los males de amor (‹‹No esperes hoy la tormenta de ayer/ No duran siempre las penas de este infierno/ Y aunque el azul del cielo no es eterno/ Hasta mañana no vuelve a llover››).

No hace falta releer “Sobre la brevedad de la vida, el ocio y la felicidad” de Séneca para encontrar en otros músicos sencillas reflexiones cargadas de rotundas declaraciones estoicas. Yo la descubrí con Jim Morrison, que lo dejó claro en el primer disco de The Doors. Entre sus letras cargadas de simbolismo y belleza, como en “The Crystal Ship”, pesimismo en “The End” o referencias claramente literarias como “End of the night”, (alusión al “Viaje al fin de la noche”, de Louis Ferdinand Céline), nos encontramos con “Take it as it comes”. A pesar de que se la inspirara una charla a la que acudió de Maharishi (el millonario gurú risitas al que Lennon le «dedicó» Sexy Sadie a tenor de algunos acontecimientos obscenos del maestro farsante en un retiro en la India al que acudieron), Morrison deja claro en apenas 2 minutos un mensaje anti nihilista y anti hippy-paz-amor-sonrisas. Sin ñoñerías, con actitud, tómate la vida tal y como viene, tómatelo con calma, nena. Tiempo para vivir, tiempo para mentir, tiempo para reír, tiempo para morir (ya, MUY similar al inicio del «Turn! Turn! Turn!» de los Byrds).

En la cinta que me pasaron a los 14 años, coincidiendo con el estreno del biopic de Oliver Stone, descubrí un grupo y un icono que vigiló mis sueños buena parte de la adolescencia (tenía una pequeña lona de The Doors en el techo de mi cuarto). Con él descubrí una manera de escribir letras más enrevesada, chamánica, de imágenes en varias dimensiones alejadas de la linealidad habitual del pop o el rock de radiofórmula. Este tema, además, sonó más electrizante si cabe cuando años después los Ramones sacaron una versión más dura en el infravalorado (y excelente) “Mondo Bizarro”, con un solo de teclado que parece que se vaya a escapar de la propia canción mientras la voz de Joey Ramone grita desde las entrañas ‹‹Don’t move too fast, and you want your love to last››.

En el 2012 adopté esa frase como lema de vida por diversas circunstancias y, sin haber leído entonces ningún libro de estoicismo, hice mías sus enseñanzas a través del mensaje de esas canciones. Podría haber caído en “Cerebros destruidos” de los Eskorbuto (‹‹Nuestras vidas se consumen, el cerebro se destruye/Nuestros cuerpos caen rendidos, como una maldición››) o en los brazos de Celia Cruz (‹‹No hay que llorar /Que la vida es un carnaval/Y las penas se van cantando››), dos canciones y artistas irrepetibles. Pero entendía que el camino del medio era el que mejor me convenía en ese momento. Como diría Robert Frost: ‹‹dos caminos se abrían en un bosque, elegí…elegí el menos transitado de ambos, Y eso supuso toda la diferencia››. Esto me recuerda a un disco y una canción de Pennywise Unknown road(‹‹Wondering what fantasies lie just beyond the unknown road››) que me marcó a los 17 años (menudo concierto aquel en la Revólver) por su energía y por el reflejo de ese estado de apertura a una nueva etapa existencial en aquella edad.

A esto me refería. Si Zenón de Citio levantara la cabeza…

Tal vez habría que acudir más a los juglares que adaptan las grandes ideas filosóficas que a algunos manuales o gurús de autoayuda oportunista. Y si realmente se quiere apreciar la profundidad y belleza de esos escritos, siempre hay algún rincón donde acudir a las obras originales, lejos de la intoxicación de las modas de hoy. Las Meditaciones, del ya citado Marco Aurelio puede ser el mejor ejemplo, donde cita que ‹‹la perfección moral lleva consigo que se viva cada día como si fuere el último, sin apresurarse ni amilanarse ni obrar con ficción››. Creo que el Rey Lagarto aplicó en su vida y en aquella canción buena parte de estos pensamientos.

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